Del Estado y otros demonios*

Hace meses – si mi memoria no falla, como creo que lo hace – que no alimento el blog. La última vez, que fue también la primera, decidí hablar sobre un tema complejo como la semiótica. Hoy, en cambio, les traigo lectura liviana, pero, espero, contundente.

Esta será la primera de al menos tres entregas que publicaré en el próximo mes, respecto a un tema en exceso amplio, pero con un punto de inicio bien delimitado: el individuo que ha decidido hacerse cargo de su condición; es decir, ser Único. Por supuesto, esto le trae problemas en los muchos contextos en los que se desenvuelve; muchos de estos problemas resultan irrisorios de lo anticuados que son, otros, en cambio, quizá ni se comprendan porque cuestionan tendencias actuales del pensamiento.

A pesar de que el título parece delimitar mi hoja de ruta, esquivaré, por ahora, al Estado, para hablar de él al final de estas entregas. Empiezo entonces por los «otros demonios». En esta primera entrada, elijo hablar sobre la religión.

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La religión afecta directamente sobre la educación de una sociedad. Esta imagen es el ejemplo.

El Único como tal, como Stirner lo entendió, como el nombre de este blog lo refuerza, no cree en ninguna deidad que se suponga superior a él. Es decir, es ateo. Sin embargo, ser ateo le trae muchos problemas al Único. Por supuesto, ustedes comprenderán que la intensidad de dichos problemas crecerá o decrecerá de acuerdo a la ubicación geográfica en la que se viva.

Como no conozco el medio oriente, y aún me siento lejano de Europa, voy a hablar del lugar donde vivo: Quito. La capital, como la gran mayoría del país, está plagada de creyentes; su educación, costumbres y tradiciones están directamente relacionadas con la presencia del Dios cristiano, incluso la cultura indígena, que modificó su cosmovisión a golpes, pero al fin aceptó de buena gana.

Esto hace que la gran mayoría de quiteños hayamos nacido con la figura de Dios como ente que vigila y controla, al puro estilo de Foucault, además de que sana y salva. Por lo tanto, dejar de ser creyente resulta un ejercicio complejo en materia psicológica. En definitivas cuentas, consiste en eliminar el miedo a ser observado por un ser que castiga lo que te han dicho que está mal, que es pecado, que lo ofende. Esto tarda, incluso, años.

Quito resulta ser una ciudad atrapada en el barroco, en el medievo, cuando se trata de convivir con la idea del ateísmo. La primera barrera, como para casi todo, es la familia; ser ateo en una familia quiteña** está el nivel de haber cometido un atroz crimen, el de matar a diosito. Este le resulta un primer gran problema al ateo que ha decidido dejar el credo.

El segundo problema es la sociedad en la que el ateo vive. Habrá lugares en los que el ateo se sienta «libre» de Dios, pero en Quito esto es casi imposible. La ciudad está plagada de imágenes y referencias religiosas; de iglesias de centenares de años; de cementerios católico- cristianos; y, como si fuera poco, últimamente, incluso lo que parecen casas y edificios comunes, son iglesias cristianas de doctrinas distintas a la católica. Hay casos en los que la iglesia cristiana – termino que se le ha dado a cualquier iglesia que adora al mismo dios, pero que no es católica – se ha construido en frente de una iglesia católica.

En el tercer punto,  y de la mano del segundo problema, está la inevitable relación que debe tener el Único con otros ciudadanos – nunca es recomendable el ostracismo. Y ya que es inevitable, tiene que sufrir las largas exposiciones  morales sobre lo «correcto», sobre el bien y el mal. Dentro de esta tragi-comedia, los eventos que involucran directamente a la religión: casamientos, bautizos, primeras comuniones, entierros; las miradas condenatorias de familiares y amigos al verte no seguir con los labios los rezos tradicionales.

Lo más extraño de todo es que, como a toda minoría que se precie de serlo, al ateo lo esconden en el «closet», al igual que al gay, pues resulta despreciable, incorrecto, incómodo aceptar su condición; además de que es antinatural serlo. Respecto a este ejemplo, y como conclusión de todo el texto, he de decir que los gays han salido, de a poco, del closet y ya van consiguiendo logros colectivos. En Quito, con quinientos años de reinado de Dios, los ateos jamás lograrán ser respetados, así el Estado diga lo contrario.

*La adaptación del título en referencia a la obra de García Márquez es mala, lo sé

** Entiéndase la generalización, no hace falta explicar que habrán excepciones.