¿Quién está loco?

Febrero de 1997. En el congreso nacional (renombrado, años después, asamblea nacional) declaraban loco al Loco. Con mayoría simple, los diputados (ahora asambleístas) hicieron lo que mejor saben hacer: votar sin pensar. Por lo tanto, con 44 votos, el congreso no solo fungió de poder legislativo, sino también de psiquiátrico. El loco huyó repudiado, sobre todo, por la clase media ecuatoriana, representada, como siempre, en la aguerrida clase media quiteña.

Junio de 2017. El loco vuelve al Ecuador, después de veinte años de exilio y de una humilde vida una de las mejores zonas de la ciudad de Panamá. Vuelve un día antes de lo planificado, pues necesita descansar para festejar su regreso con los pobres de su patria. Claro está, vuelve en jet privado. Lo acompañan en su vuelta, entre otros, su hijo Dalo, ex candidato a la presidencia y, como era de esperarse, el siempre controversial Jacobito, que pasea su compostura en las redes sociales, discutiendo con todo el que se atreva a dudar de la santidad de su padre.

Al mismo tiempo, la clase media ecuatoriana, sobre todo la quiteña, siempre más conservadora que el resto, refunfuña sobre el ridículo que representa que un ex presidente, que además de haber sido declarado loco, se «llevó la plata en costales». Y mientras maldice la ignorancia de la que el pueblo de a pie es víctima, se lamenta y comprende porque, desde 2007, nos tocó sufrir a otro loco. Al loco que odia.

Pero, ¿qué tienen que ver Abdalá Bucaram, el loco que ama, y Rafael Correa, el loco que odia? En principio, no mucho. Es por eso que me animo a escribir esto, para tratar de comprender, por enésima vez, los motivos para que estos personajes tengan tanto éxito en la sociedad ecuatoriana.

Negar que Bucaram y Correa son dos líderes políticos sería ridículo. Bucaram, aun después de veinte años de ausencia, sigue generando noticia, sigue construyendo opinión pública. Solo el tiempo dirá si, ya en el campo práctico, su vida como político ha muerto. Por otro lado, Correa es la cabeza de un movimiento político que tomó el poder hace diez años y que, ya sin él en el poder (al menos de manera oficial y visible) seguirá teniéndolo otros cuatro años más, lo que le garantizaría al proyecto político de Alianza País, una permanencia en el poder de catorce años, hecho inaudito en una sociedad inmadura y precoz en materia política.

Ahora bien, ¿qué ha hecho que, tanto Abdalá como Correa tengan tanta vigencia y apoyo significativo en el votante promedio ecuatoriano, a pesar de tantos hechos de corrupción en los que se vieron envueltos sus gobiernos? Seguramente encontraríamos varias razones, pero, ahora, en el calor del momento, en pleno regreso de Bucaram y la reciente salida de Correa, hay una razón de peso: su discurso popular. Más bien dicho, populista, que ellos maquillan como popular.

El gobierno de Abdalá fue presentado siempre como un gobierno por y para los pobres. La fuerza de los pobres, ¡Abdalá!, reza el jingle que nos sabemos los niños de los 90s, que no tenemos consciencia real de lo que fue el gobierno de Bucaram. Por su lado, Correa se encargó de recordarle a la gente que su gobierno era la otra cara de la moneda de los gobiernos de «la extrema derecha», del «pasado neoliberal», de «la partidocracia» que prometió que nunca volverían. Dos discursos exactamente igual de enemistados con el mismo enemigo, la banca, el poder económico, la clase alta, las élites intelectuales, sociales y culturales del Ecuador. En definitiva, los pelucones. La lucha de Abdalá y Rafael siempre fue, en el papel, contra los pelucones del Ecuador. Repito, en el papel.

No he revelado nada oculto, nada que alguien no supiera. Ahora nos queda preguntar, ¿por qué los pobres del Ecuador adoran a líderes como estos, a pesar de los hechos de corrupción en los que se ven envueltos? ¿Es acaso vulgar ignorancia? No. De hecho, es bastante más simple que eso. Los pobres del Ecuador adoran a estos personajes porque los toman en cuenta, porque no los invisibilizan, porque no los toman como adorno, como motivo de estudio de lo exótico, como herramienta de trabajo. Porque les dan voz.

¿Realmente les dan voz? No, claro que no. Pero tuvieron la habilidad de hacerles creer que sí. Con líderes como Bucaram y Correa, la clase proletaria, el trabajador promedio se siente representado; siente que forma parte de un nuevo poder que puede hacer temblar a los ricos de siempre, a los aniñados que hasta asco sienten de mirarlos. La unión hace la fuerza, dice el refrán, y así se han sentido las grandes masas de votantes de Bucaram y Correa.

¿Cuál es, entonces, la diferencia del éxito entre Bucaram y Correa? Nuevamente, con más tiempo podríamos encontrar muchos motivos, pero quiero resaltar uno muy sencillo: siempre es más fácil odiar que amar. Y loco que ama no eligió bien el camino.

¿Qué nos queda por hacer a los que somos parte de la clase media ecuatoriana? Tenemos dos opciones: la primera, elegimos el camino más fácil y le adjudicamos a la ignorancia el éxito de los políticos ecuatorianos, mientras nos sentamos a esperar al nuevo mesías de la política que venga a rescatarnos de la pobreza y el desempleo. La segunda, avanzamos como sociedad, nos reconocemos como pueblo, nos miramos al espejo y nos aceptamos (como recomendaba Adoum en Ecuador: señas particulares) maduramos y comprendemos que, al menos en política, los enviados del Dios no existen. En definitiva, o crecemos como sociedad o seguimos pensando que el pobre es pobre porque es bruto. Solo queda preguntarse, ¿quién está loco? ¿El Loco o el Pueblo?

 

¡Ese es el enemigo!

¿Qué tienen en común la final de la Copa Libertadores 2016, la sociedad ecuatoriana y el gobierno de Correa? No, no es el inicio de un chiste. Además de lo obvio, tienen, entre sí, un hilo conductor, tan antiguo como la historia republicana de estas tierras. Es más, tan antiguo como la sociedad en la que vivió y pensó Cicerón.

Vivimos un año especial en Ecuador. La crisis económica es agobiante y ya tiene más de 400 mil desempleados. En materia deportiva (futbolística, más bien), Quito vuelve a ser sede de una final de Libertadores después de 8 años. Entre buenas y malas, esta semana hubo una peor, que logró que las redes sociales exploten de opiniones de censura y apoyo. El periodista guayaquileño, Carlos Gálvez, estuvo acusado de emitir comentarios xenófobo-racistas en contra de la región sierra del Ecuador y de los integrantes del Independiente del Valle.

Tweet del audio:

En definitiva, ¿qué tiene que ver un hecho puntual con la crisis económica, la final de la libertadores y la sociedad ecuatoriana en general? Simple: la construcción de un enemigo.

Empecemos por aclarar que la construcción de un enemigo es común en toda sociedad. Así lo explica U. Eco en su ensayo Construir al enemigoen el que detalla cómo la figura del enemigo común terminó por unificar a Italia. Además de eso, Eco nos da luces para entender cómo funciona la dinámica del enemigo.

Por enemigo se entiende a un contrario con el que determinado individuo o sociedad no comparten objetivos comunes. Pero no solo sus objetivos disímiles son motivo de separación entre unos y otros, sino que entran en juego diferencias culturales, económicas y fisonómicas. Busquemos entenderlas.

Para Eco, el primer enemigo es el negro. Y así ha sido tratado a lo largo de la historia, por donde quiera que pasase. Incluso en nuestro país sigue teniendo menos oportunidades por su condición. A esto hay que sumarle que el enemigo siempre tiene características asociadas a lo diabólico, a lo feo, a lo insalubre, a lo hediondo. Basta con citar la ideología nazi, el nordicismo radical de los países anglosajones y la misoginia, con exponentes que datan del siglo X.

Una vez entendido el enemigo, analicemos los casos propuestos:

Carlos Gálvez, guayaquileño, tuvo la mala fortuna de enviar un audio por Whatsapp y eso le valió la crítica generalizada. Pero, más allá del moralismo, ¿qué queda por entender de las expresiones de Gálvez? Primero, que su verborrea, cargada de jerga, solo grafica lo que ya todos sabemos: el regionalismo existe y no ha muerto.

Si tenemos que recordar en la historia hechos similares y quizá peores, tendremos que revisar el poema Breve diseño de las Ciudades de Quito y Guayaquil de Juan Bautista Aguirre. Aquí un extracto:

Estas quiteñas como oso
están así de cabello
y aunque tienen tanto vello,
nada más tienen de hermoso;
así vivo con reposo
sin ninguna tentación,
siquiera por distracción
me venga, pues si las hablo,
juzgando que son el diablo
hago actos de contrición.

El poema de Juan Bautista Aguirre es el ejemplo de cómo los rasgos culturales y fisonómicos de determinada sociedad son usados como motivos para declarar enemistad con la misma. Por tanto, lo que Carlos Gálvez hizo no es nada, sino perpetuar un comportamiento habitual en nuestro país. Hay que decir que del otro lado también se ha construido al enemigo bajo conjeturas y generalizaciones. Que si el guayaquileño es vago, fumón o ladrón. Por supuesto, el regionalismo atraviesa todos los ámbitos de la sociedad ecuatoriana, incluso el deporte. La prensa guayaquileña no le da importancia a los logros del fútbol quiteño; y la prensa capitalina invisibiliza a los equipos de la costa.

Pero el enemigo que ha construido el regionalismo es más profundo que el fútbol. El par de Carlos Gálvez, pero de la economía es Illingworth, que hace solo 5 meses proponía, entre preguntas, la independencia de Guayaquil, debido a que considera que su Ciudad, por motivos históricos (y ahora económicos) nunca debió pertenecer al Ecuador.

Cuando una crisis económica ocurre en cualquier país, el primer efecto que tiene sobre la población, además de desempleo y hambre, es la polarización de opiniones. La gran mayoría, que ha sufrido el decrecer económico acusa al gobierno de turno; en el bando contrario, el gobierno (siempre a nombre del Estado), acusa al sector privado de su mala praxis. En Ecuador, hace algunos años, ocurre lo inesperado. El gobierno de Correa y su maquinaria propagandística han decidido que el enemigo a construir es el pasado. A pesar de tener el precio más alto de petróleo de la historia del país, el gobierno, que derrochó cada centavo en cadenas nacionales y sabatinas, pretende mantener su discurso de víctima frente al catastrófico feriado bancario de 1999. Como ya se darán cuenta, el gobierno actual es el ejemplo redondo de la construcción del enemigo.

El más sencillo de todos parece ser la final de la Copa Libertadores 2016. El Independiente del Valle se enfrenta a Nacional de Medellín y esto provoca en la parcialidad ecuatoriana una reacción bastante típica: un sentimiento de unidad nacional, motivado por el hecho de tener un rival extranjero (que es el enemigo más común de todos). Lo que no es (o no debería ser) tan típico es que el enemigo deportivo termine siendo un enemigo redondo.

Entonces, el colombiano, antioqueño, hincha de nacional, funge de representante de un país entero, según la visión del rival. Esto permite que se construya al enemigo pensando en su totalidad; es decir, el colombiano es ladrón, narco, refugiado y tiene cara sospechosa. Además, la colombiana es siempre operada y prepago. Todo esto porque a la ciudad han venido hinchas colombianos que han protagonizado hechos de violencia en la previa del partido. El prejuicio y la generalización al servicio de la sociedad.

Ocurre igual con los cubanos, que no solo han sido víctimas de una dictadura criminal, sino que, en su llegada a Ecuador, han sufrido los prejuicios de la sociedad ecuatoriana y, si faltaba algo, del gobierno, que pregonó la ciudadanía universal.

Ahora es más fácil entender a Eco, cuando se refiere a los enemigos como el grupo con el que se disputa «reivindicaciones territoriales, odios étnicos, violaciones permanentes de frontera, etcétera, etcétera»

Parece que no estamos preparados para ser un país cosmopolita, globalizado y realmente multiétnico y pluricultural. Parece ser que, por un lado, hay quienes solo aceptan al migrante occidental-europeo, cristiano; y por el otro, quienes pretenden que esta sea la tierra de quienes la habitaron originalmente. Finalmente, el ecuatoriano no está listo para recibir, gratamente, extranjeros, porque nunca estuvo listo para convivir con sus coterráneos.

 

 

La carta del preste Rafa: el discurso ganador

Cuando me planteé esta nueva entrada lo primero en lo que pensé fue en el título, que, aunque confuso, ya se justificará durante el texto. Elegí hablar de dialéctica para explicar algo que, en esencia, sería bastante obvio en la política latinoamericana, pero que me veo obligado a tratar por la insistente ingenuidad del ciudadano común de seguir consumiendo la verborrea discursiva de las figuras políticas de estas latitudes. Por lo tanto, empecemos por elegir qué significado adjudicarle a la palabra:

La RAE dice que dialéctica, entre otras cosas, es:

f. Arte de dialogar, argumentar y discutir

f. Capacidad de afrontar una oposición

Comencemos con el primer significado. Bajo este se fundan las bases del discurso político, aunque quizá sería más preciso hablar de retórica, que es el saber decir.

La dialéctica le permite al sujeto político argumentar (por encima de los otros dos verbos) las razones por las que su propuesta, su cosmovisión es la correcta. Ahora bien, en teoría, dialogar y discutir son las otras dos cualidades de la dialéctica, pero sabemos bien que dependerán de la disposición del sujeto político de hacerlo. Por otro lado, dialéctica es la capacidad de afrontar una oposición. Esto entonces nos permite cuestionarnos si en determinado proyecto político, que elabora determinado discurso argumentativo, existe siempre la disposición de dialogar y discutir para afrontar una oposición.

Por tanto, hemos de reflexionar al respecto de la dialéctica en la que ha sido la tendencia hegemónica en latinoamérica: la izquierda. O lo que sus líderes han decidido denominar izquierda. Para esto, recordemos un par de datos históricos:

  • Hugo Chávez Frías: Presidente de Venezuela desde 1999 hasta 2013, fecha de su muerte.
  • Evo Morales: Presidente de Bolivia desde 2005 hasta la actualidad.
  • Rafael Correa Delgado: Presidente del Ecuador desde 2007 hasta la actualidad.

He elegido estos tres ejemplos como los más representativos para ilustrar mi punto de vista. Sí, he dejado a la Revolución cubana a un lado, porque definitivamente es digna de un capítulo aparte. Pero bien, ¿qué tienen en común estas tres presidencias, además de lo que ustedes, lectores y ciudadanos, puedan sacar como conclusiones propias? Una dialéctica que polariza. Hablemos del caso más cercano: Rafael Correa.

Desde 2007, la campaña constante e ininterrumpida de Correa ha centrado todos sus esfuerzos en dejarle claro al ciudadano que el eterno enemigo es la derecha ecuatoriana. Y ha tenido éxito. La ciudadanía (aunque sea fea la generalización) ha caído en el juego de Correa de culpar de todos los males a viejos gobiernos. Si tuviera que buscar viejos dichos en estos diez años, no me sería difícil, pero sí aburrido. Solo para citar un ejemplo: el pasado no volverá.

Y parte de este éxito es responsabilidad de la derecha, que tiene varias cosas para criticarle, pero ya que hablamos de dialéctica solamente, diremos que uno de sus grandes errores es haber perdido el discurso histórico (probablemente porque, en efecto, una de sus convicciones no sea la igualdad social). El discurso histórico que ganó hace décadas la izquierda; ese que habla de la lucha de clases, de la opresión de los burgueses sobre los proletarios. Pero lo que ha escondido la izquierda, con gran acierto, es que, en síntesis, su objetivo es igual al de cualquier colectivo: la consecución del poder.

Esta dialéctica de opresores y oprimidos ha calado fuerte en la población ecuatoriana, producto de múltiples errores de la derecha. La gente se cansó de ver políticos huir en helicópteros y farrearse la plata que aporta, mediante impuestos, el pueblo ecuatoriano. Pero solo se cansó de ver eso. ¿Cuál fue la solución del gobierno de Correa? No mostrarlo más. Sí, no es que dejó de hacerlo, sino que ya no permite que los medios lo visibilicen. Es por esto que su dialéctica, su discurso agresivo, además de la derecha, tiene como objetivo los medios de comunicación. Ha logrado callarlos, imponiendo una visión negativa que el pueblo acepta como cierta. Además, ha construido un aparato de censura que trabaja como los apóstoles del Duce, entregando Velinas a los medios de comunicación que pretendan sentirse libres. Lo propio hizo Chávez, cerrando uno de los canales de tv. más importantes de Venezuela.

Pero bueno, este es el lado obvio de este artículo, y quizá el más aburrido. Propongamos el lado poco visible, más complicado de descifrar. Entonces volvemos a los tres presidentes antes nombrados. Lo une una cosa más: el sueño de Bolívar, La Patria grande.

El discurso de unidad latinoamericana que propuso Bolívar es tan noble que es inevitable sentir simpatía. Pero incluso la versión de Bolívar tenía un solo objetivo: el poder. Hoy, después de cientos de años, lo único que cambió de ese sueño es el vocero. Pero es bueno recalcar la palabra sueño, que es la pista que me ha permitido construir este texto.

Me permito, queridos lectores, recomendar el texto de U. Eco, llamado Astronomías imaginarias, en el que se trata la historia de La carta del preste Juan, que, al parecer, era el gobernador de un reino paradisíaco que estaba separado de Europa por la siempre incómoda (según la visión occidental) África. Eco aclara que la carta existió, pero que el reino, cristiano, obviamente, no. Sin embargo, esta carta motivó a Europa a concretar sus primeras incursiones de mundos distintos al suyo, navegando, buscando el reino prometido (y ya sabemos cómo terminó la historia). Entonces, una locación imaginaria permitió que se produzca un hecho real y relevante para la historia humana.

Esto han hecho los nuevos gobiernos de América Latina: han vuelto a poner en discusión una tierra mágica, única, imaginaria que debemos alcanzar, mientras ellos con ese discurso han alcanzado lo real: el poder. Correa ha propuesto que el progreso del país es ir en busca de una utopía, acabar con la derecha que se le presenta, como África a Europa, como incómodo obstáculo, y conseguir lo obvio: más poder.

Todo esto, bajo el sutil arte de argumentar (no tanto de discutir y dialogar). Pero realmente no importa que la discusión y el diálogo no existan en los gobiernos de latinoamérica, pues su éxito está en afrontar una oposición débil de argumentos. Y para colmo, sin paraíso que ofrecer.

 

 

El último de los demonios

Como es costumbre de este blog, las entradas que aquí se publican, distan, una de otra, por largos periodos de tiempo (por pereza y porque el autor tiene un servicio de internet fijo estatal). Casi como hace cientos de años, pese a la facilidad de comunicación de nuestros tiempos. Sin embargo, esta mala costumbre me ha permitido abordar este tema con mayor detenimiento, ayudado de ejemplos recientes que fortalezcan la propuesta de mi escrito.

Como sabrán, me faltaba abordar el último de los que yo considero los demonios que acechan al Único. Expuse a la religión y a la humanidad, pero faltaba desnudar al peor de todos: el Estado. Mi demora en exponer mi postura sobre el Estado, en este blog, me permitió vivir relativamente cerca una catástrofe natural que devastó la costa ecuatoriana. Como sabrán, en este blog no se miran las cosas desde el lado humano, pues para eso hay muchos medios, que de sensibleros, terminan dañando cualquier sentimiento real al respecto. Por lo tanto, analizaremos la función del Estado, antes y después del terremoto en Ecuador, como ejemplo de sus 186 años de inutilidad.

Me permito regresar a 1830, época en la que se funda la República del Ecuador, separándose definitivamente de la Gran Colombia (no entraré en mayores detalles históricos que se encuentran en páginas web de dudoso rigor investigativo y en laminas de bazares barriales). Desde ese entonces, el Ecuador es País soberano, reconocido como tal en el orden internacional, asentado en un territorio determinado y dotado de órganos de gobierno propios. Esta definición, tomada de la RAE.

Por tanto, somos soberanos y así nos lo reconoce el mundo; además, nos debemos a ciertos órganos de gobierno que este Estado posee. Pero, para comprender la función del Estado, es necesario comprender a su pareja en esta relación. Nada distinta de la conocida Dominante- dominado, el ciudadano cumple la función de dominado frente al poder estatal. Hay que recalcar que no parece haber diferenciación entre Estado y gobierno. Entonces, comprendamos qué es ser ciudadano.

Un ciudadano, según la RAE, es:

  • m. y f. Persona considerada como miembro activo de un Estado, titular de derechos políticos y sometido a sus leyes.

Ya que el Estado nos considera ciudadanos, nos dice que tenemos derechos políticos, pero que tenemos que cumplir las leyes que aquí se promulguen. Esta es la primera imposición que tiene el Único, el Hombre, desde su nacimiento. Al parecer, el único derecho político que cumplen los ciudadanos (muchas veces obligados) es el derecho al voto. Al menos es el derecho más visible.

Entonces: ¿qué nos ha dejado el Estado a los ciudadanos en 186 años de gestión? ¿Poder de decisión? No. O no del todo. Nos ha permitido votar a quien nos parezca que deba gobernarnos, pero una vez elegido el representante, no se permite al ciudadano seguir decidiendo al respecto de las elecciones del gobierno de turno. Son cuatro años (en el mejor de los casos) en los que el gobierno ganador tiene poder casi absoluto. Digo casi, porque hay, en teoría, poderes separados del ejecutivo (aunque hoy en día esa separación sea solo discursiva). Pero al menos se nos permite rectificar nuestra elección y votar a alguien nuevo que nos gobierne. No. O al parecer ya no. El gobierno de Rafael Correa considera que la alternancia, signo inequívoco de la democracia, es un concepto burgués que es prescindible.

Pero bueno, el Estado ecuatoriano, ¿nos ha dejado ciudades sostenibles, economías fuertes, sistemas sanitarios de calidad, pleno empleo, educación (en todos sus niveles) de excelencia? NO.

En 186 años de República, el Ecuador aún tiene ciudades construidas de forma arbitraria; desde su asentamiento, en zonas cercanas a volcanes o ríos, hasta sus bajos o nulos estándares de calidad arquitectónica. Prueba de ello es que, en menos de quince días, un terremoto destruyó la mayoría de edificaciones de Manta, Portoviejo, Pedernales, Canoa y otras pequeñas poblaciones de la costa; casi al mismo tiempo, el desbordamiento de un río en Alluriquín destruyó el 80% de casas de la pequeña población. Ni hablar de ejemplos históricos como terremotos anteriores o erupciones volcánicas que afectan a poblaciones a las que se trata como «el buen salvaje», concepto de Rousseau, por lo que se les permite vivir donde a ellos les parezca.

El Ecuador no tiene economías fuertes tampoco. Es la metáfora de un adicto a la heroína, que vive pidiendo dinero a quien se lo quiera prestar, todo para sobrevivir. El Estado ecuatoriano se alimenta, entre otros, del Seguro Social ecuatoriano. Eso ha impedido que un ciudadano que trabaje 30 años no pueda jubilarse sin un límite de edad y viva con la constante amenaza de tener que trabajar más años, para poder recibir su jubilación y no un «pagaré». Finalmente, el Ecuador aún depende de productos no renovables para subsistir. En 186 años no se han desarrollado sistemas productivos que nos permitan vivir de los derivados de las materias primas.

El Ecuador no tiene un sistema sanitario de calidad. En provincias costeras, las enfermedades tropicales aún son una constante: el dengue el paludismo, el zika, la chikungunya afectan a diario a ciudadanos locales y turistas. Un caso dramático es la historia de la lepra. Europa la erradicó a finales de la edad media; cuando ya entraban en la época clásica, esta solo servía como ejemplo teórico, análogo, del tratamiento de pacientes con locura. En Ecuador, a finales del siglo XX aún se veían enfermos de lepra en las repugnantes cárceles ecuatorianas. Estas enfermedades se producen porque, por ejemplo, hay provincias como Esmeraldas donde, a pesar de ser un constante receptor de turismo, aún no llega el agua potable y el alcantarillado. Después de 186 años.

El Ecuador no es un país que le garantice a su población económicamente activa un empleo fijo, con un salario que cubra sus necesidades básicas. O al menos no a su totalidad. Aunque el 4.77% de ecuatorianos está desempleado (y parece ser una cifra menor, normal, si se quiere), el 14,01% vive del sub-empleo. No tiene un sueldo fijo, ni se diga afiliación a un seguro social. Después de 186 años.

La educación es quizá el campo más complejo y con mayor deuda de parte del Estado para con sus ciudadanos. Tomaré solo un ejemplo. El 50.3% de los ecuatorianos lee de 1 a dos horas SEMANALES. El 31% lee periódicos, mientras solo el 28% lee libros (datos tomados del INEC). No creo que haga falta explicarles, queridos lectores, que 2 horas semanales dedicadas a la lectura no permiten que ninguna persona desarrolle capacidad crítica alguna.

Son tantas las deudas sociales y económicas que tiene el Estado con sus ciudadanos. Tantas que no es posible hablar de ellas con el detenimiento que merecen en un blog, nada más. Quizá alguna vez alguien escriba un libro al respecto, del que me precie ser lector.

Tantas deudas que no creo que se paguen nunca. Pero, ¿cuál es la razón? ¿de quién es la culpa? Del ciudadano común. No por elegir a un gobernante de determinada posición ideológica, sino por no exigirle lo que merece. El Estado nos cobra sin retraso nuestras obligaciones, mientras acumula años de una deuda con la sociedad civil.

¿Qué camino queda? El primero, el más básico: exigir lo adeudado. Sistemas educativos que produzcan ciudadanos competentes, conocedores de sus derechos; sistemas sanitarios que eviten enfermedades que causan vergüenza porque delatan la putrefacción en la que viven ciertos sectores; empleo seguro, salarios que cubran necesidades básicas; gobiernos seccionales que administren, de manera responsable, los recursos que la sociedad entrega. Finalmente, ciudades que no te maten por su precariedad.

La otra opción. Destruir el Estado. A fin de cuentas, 186 años bastan para comprobar que no sirvió este sistema de dominante y dominado.

 

Del Estado y otros demonios: la humanidad

La última vez que escribí en el blog, prometí tres entregas de lo que, a mi entender, envuelve al Único. La primera fue la religión. Para no perder el hilo conductor – que me he encargado de volver confuso- entraremos en otro gran contexto: la humanidad. Les pediré entonces que encierren en humanidad el complejo concepto de «comunidad» o «sociedad», para entrar en un repaso visto en perspectiva de toda forma en la que el hombre decide asociarse, voluntaria u obligatoriamente.

El hombre, que es un animal, es un ser gregario, y al parecer, eso es indiscutible. Sin embargo, lo que pongo en tela de juicio en este artículo, son las formas que adopta ese gregarismo. Por tanto, no planeo discutir una característica tan antigua como la existencia de vida en la tierra, sino la forma en que dicha característica la ha modificado la razón a lo largo de la historia del Ser Humano.

Si revisamos el diccionario, encontraremos que el gregarismo, como primera opción, nos remite al adjetivo; en seguida, el adjetivo nos da la primera impresión. La RAE lo define:

  • Dicho de un animal: Que vive en rebaño o en manada.

Sin embargo, aceptemos nuestra superioridad intelectual y busquemos un significado acorde a nuestra condición, para lo que elegimos las siguientes dos opciones que nos ofrece el diccionario:

  • Dicho de una persona: Que está en compañía de otros sin distinción, como el soldado raso.
  • Dicho de una persona: Que, junto con otras, sigue ciegamente las ideas o iniciativas ajenas.

Una vez elegidos los dos significados válidos para nuestro análisis, iremos escogiendo, según conveniencia, cada uno, para comprender por qué el Ser Humano sigue siendo gregario.

En principio, y así nos demanda la historia, creemos que el Hombre es gregario porque está en compañía de otros, sin distinción. Entonces es necesario hacer una pausa y reflexionar sobre esto. ¿Somos, realmente, gregarios, porque estamos en compañía de otros sin distinción? La historia nos dice que no. No les hará falta, queridos lectores, una extensa demostración bien documentada al respecto de esta reflexión; bastará con recordar la colonia, el esclavismo, la segregación racial y, una de mis favoritas, la locura. Esta última, explicada de manera extensa y ejemplar por Michel Foucault en su obra Historia de la locura en la época clásica. Ahora mismo, en pleno 2016, la islamofobia y el extremismo religioso del islam se reparten el mundo entre partidarios y detractores.

Sin embargo nos queda una parte por reflexionar de ese concepto: «… como el soldado raso». Ese, quizá, es el componente más importante del concepto dado. El ejemplo es claro. Para que el Hombre viva en compañía de otros, sin distinción, debe ser considerado un soldado. Y los soldados tienen como característica básica la homogeneidad. Si hay un soldado, siempre tiene que haber un ejército. Apliquemos, pues, el nuevo arquetipo a la vida cotidiana del Hombre.

El Ser humano es un soldado de casi todo lo que hace en su vida diaria. Tiene un trabajo en el que, al igual que sus pares, desarrolla una función determinada para el ejército –  su empresa –  que se lo manda. Es seguidor de determinado partido político que le establece las directrices en las que debe creer. Va a una iglesia en la que su dios, por medio de algún gran general, le dice cómo vivir. Finalmente, alguien – su sociedad-  le puso en la cabeza que debe vivir en familia, con esposa e hijos, además de un largo decálogo de cosas que se permiten y que no, regidas por la moralidad.

La relación ejército- soldado es clara. Si prefieren, usemos una más conocida: dominante-dominado. Por lo tanto, parece que cae en decadencia la idea de que el Ser Humano es gregario por que está en compañía de otros sin distinción.

Usemos el segundo concepto. Ser gregario sería, según la RAE, seguir, en compañía de otros, ciegamente las ideas o iniciativas ajenas. Esta segunda definición se ajusta mejor a la realidad mundial a través de nuestra larga existencia como especie. Los ejemplos brevemente citados párrafos atrás nos los recuerdan constantemente. El Hombre sigue siempre ideas ajenas, ideas de un tercero. Los colonizados son inferiores a los colonizadores, los negros inferiores a los blancos, los locos inferiores a los cuerdos, los islámicos inferiores a los cristianos. Así a lo largo de la historia, en un sistema que aísla al distinto y premia – con el «privilegio» de ser uno más- al semejante. (Véase el ejemplo de la locura en Foucault).

Aquí me permito recordarles que esta dinámica en la que el mundo se desenvuelve, se explica, en síntesis, con el concepto de ideología: falsa conciencia que Marx propuso.

Por tanto, como momento lúdico del artículo, me permito formar, de lo ya creado, algo nuevo:

Gregario:

  • Dicho de una persona: Que, en compañía de otras, sigue ciegamente ideas o iniciativas ajenas, como un soldado raso, que vive en rebaño o en manada.*
                                                                                *Concepto de autoría del dueño del blog. 

¿Qué hace el Único en este mundo, que se desarrolla bajo ideas ajenas, que siguen miles de soldados? ¿Se condena al ostracismo? No. El Único, como tal, comprende la dinámica mundial y propone, como alternativa, asociaciones voluntarias. Ha de unirse a todo lo que le parezca correcto y desechará lo que no, siempre consciente de que, en cualquier momento puede salir de cualquier grupo al que pertenezca. El Único busca ser el creador de las ideas, no el seguidor de las mismas.

Del Estado y otros demonios*

Hace meses – si mi memoria no falla, como creo que lo hace – que no alimento el blog. La última vez, que fue también la primera, decidí hablar sobre un tema complejo como la semiótica. Hoy, en cambio, les traigo lectura liviana, pero, espero, contundente.

Esta será la primera de al menos tres entregas que publicaré en el próximo mes, respecto a un tema en exceso amplio, pero con un punto de inicio bien delimitado: el individuo que ha decidido hacerse cargo de su condición; es decir, ser Único. Por supuesto, esto le trae problemas en los muchos contextos en los que se desenvuelve; muchos de estos problemas resultan irrisorios de lo anticuados que son, otros, en cambio, quizá ni se comprendan porque cuestionan tendencias actuales del pensamiento.

A pesar de que el título parece delimitar mi hoja de ruta, esquivaré, por ahora, al Estado, para hablar de él al final de estas entregas. Empiezo entonces por los «otros demonios». En esta primera entrada, elijo hablar sobre la religión.

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La religión afecta directamente sobre la educación de una sociedad. Esta imagen es el ejemplo.

El Único como tal, como Stirner lo entendió, como el nombre de este blog lo refuerza, no cree en ninguna deidad que se suponga superior a él. Es decir, es ateo. Sin embargo, ser ateo le trae muchos problemas al Único. Por supuesto, ustedes comprenderán que la intensidad de dichos problemas crecerá o decrecerá de acuerdo a la ubicación geográfica en la que se viva.

Como no conozco el medio oriente, y aún me siento lejano de Europa, voy a hablar del lugar donde vivo: Quito. La capital, como la gran mayoría del país, está plagada de creyentes; su educación, costumbres y tradiciones están directamente relacionadas con la presencia del Dios cristiano, incluso la cultura indígena, que modificó su cosmovisión a golpes, pero al fin aceptó de buena gana.

Esto hace que la gran mayoría de quiteños hayamos nacido con la figura de Dios como ente que vigila y controla, al puro estilo de Foucault, además de que sana y salva. Por lo tanto, dejar de ser creyente resulta un ejercicio complejo en materia psicológica. En definitivas cuentas, consiste en eliminar el miedo a ser observado por un ser que castiga lo que te han dicho que está mal, que es pecado, que lo ofende. Esto tarda, incluso, años.

Quito resulta ser una ciudad atrapada en el barroco, en el medievo, cuando se trata de convivir con la idea del ateísmo. La primera barrera, como para casi todo, es la familia; ser ateo en una familia quiteña** está el nivel de haber cometido un atroz crimen, el de matar a diosito. Este le resulta un primer gran problema al ateo que ha decidido dejar el credo.

El segundo problema es la sociedad en la que el ateo vive. Habrá lugares en los que el ateo se sienta «libre» de Dios, pero en Quito esto es casi imposible. La ciudad está plagada de imágenes y referencias religiosas; de iglesias de centenares de años; de cementerios católico- cristianos; y, como si fuera poco, últimamente, incluso lo que parecen casas y edificios comunes, son iglesias cristianas de doctrinas distintas a la católica. Hay casos en los que la iglesia cristiana – termino que se le ha dado a cualquier iglesia que adora al mismo dios, pero que no es católica – se ha construido en frente de una iglesia católica.

En el tercer punto,  y de la mano del segundo problema, está la inevitable relación que debe tener el Único con otros ciudadanos – nunca es recomendable el ostracismo. Y ya que es inevitable, tiene que sufrir las largas exposiciones  morales sobre lo «correcto», sobre el bien y el mal. Dentro de esta tragi-comedia, los eventos que involucran directamente a la religión: casamientos, bautizos, primeras comuniones, entierros; las miradas condenatorias de familiares y amigos al verte no seguir con los labios los rezos tradicionales.

Lo más extraño de todo es que, como a toda minoría que se precie de serlo, al ateo lo esconden en el «closet», al igual que al gay, pues resulta despreciable, incorrecto, incómodo aceptar su condición; además de que es antinatural serlo. Respecto a este ejemplo, y como conclusión de todo el texto, he de decir que los gays han salido, de a poco, del closet y ya van consiguiendo logros colectivos. En Quito, con quinientos años de reinado de Dios, los ateos jamás lograrán ser respetados, así el Estado diga lo contrario.

*La adaptación del título en referencia a la obra de García Márquez es mala, lo sé

** Entiéndase la generalización, no hace falta explicar que habrán excepciones.

Breve repaso de una semiótica de bolsillo: el Estado y sus abusos de poder

«El signo es algo que hace conocer siempre algo más – y diferente – en circunstancias y contextos diferentes» 

U. Eco. Signos, peces y botones. Apuntes sobre semiótica, filosofía y ciencias humanas.


Como podrán ver, mi primer post inicia con un tema, aunque complicado, apasionante: la semiótica. En síntesis (que ustedes sabrán convertir en lectura detenida y profunda), la semiótica consiste en el estudio de la relación entre signos, que contienen, en su estructura, un significante y significado (disculpas por tan vulgar definición). Esta relación, según Umberto Eco, se produce de forma natural; a este fenómeno, el semiólogo italiano lo denomina semiosis. Por lo tanto, de aquí en adelante, comprenderemos que la semiosis es el fenómeno y la semiótica es el estudio de dicho fenómeno. Pero no nos desviemos, esta entrada supone una reflexión sobre la semiótica.

La primera anotación que haré sobre la semiótica es que, aunque está comúnmente relacionada solo con el ámbito lingüístico, ocurre en todos los fenómenos de la vida. Para evitar una abstracción innecesaria, pondré un ejemplo. Si bien la semiótica se relaciona con el uso que hacemos de las palabras (y como las entendemos y podemos interpretarlas, por su estructura), también son susceptibles de análisis otros textos (término implementado por Lorenzo Vilches). Una fotografía puede ser objeto de un estudio semiótico, pues contiene, dentro de sí, un conjunto de signos que se relacionan.

http://www.larepublica.ec/wp-content/uploads/2014/01/caricatura-bonil.jpg

Esta imagen (una caricatura, más bien), es el ejemplo, en cambio, del juego de signos lingüísticos (viñetas de diálogos) e icónicos (las imágenes, los personajes que la conforman).


Esta explicación, que me prometí no hacer, pues espero de mis lectores ciertas competencias previas, me da el punto de partida para cuestionar lo que me ha motivado a escribir este tema. En el Ecuador, hace algunos años, funciona la Secretaria Nacional de Comunicación (SECOM). Uno de sus objetivos, entre muchos que tendrá, es velar por el fiel cumplimiento de la Ley Orgánica de Comunicación. Esta ley, sabemos, tiene un polémico artículo 10, relacionado con la deontología que, a toda costa, pretenden implantar como única verdad, al estilo del medievo. En su inciso 4, literal b, reza (este no es un verbo elegido al azar):

«Rectificar, a la brevedad posible, las informaciones que se hayan demostrado como falsas o erróneas»

Es aquí donde entran en juego los conceptos sobre signo, citados al inicio de este texto. La SECOM no ha tomado en cuenta que un signo siempre da a conocer algo más, PERO, en circunstancias y contextos diferentes. Además, parece que, quienes se encargaron de juzgar la caricatura citada (y se encargan a diario de juzgar otros productos comunicativos), no comprendieron que, la conclusión lógica del signo, expresado de diversas formas es: «Si tal termino en tales contextos, entonces tal interpretación» U. Eco. Por lo tanto, ya que obviaron esos dos puntos, han obviado un tercero, fundamental. Un signo no solo es lo que está en lugar de una cosa, SINO lo que está en lugar de sus posibles interpretaciones.

Finalmente, el abad de la SECOM no se enteró que, ya que la comunicación es una ciencia humana, de la cultura, sus interpretaciones se construyen con base en interpretaciones previas; es decir, que cualquier conclusión a la que los semióticos de la SECOM lleguen, habrá nacido como falacia. No hay que culparlos, al menos no por «llover sobre mojado», pues todos, en este campo, lo hacemos. Sin embargo, hay algo que no tiene perdón. El Estado ha abusado de las ciencias humanas y su polisemia, para ejecutar un plan de sanción a quienes opinen, escriban, dibujen, comuniquen, etc. lo que él considera mentira. Se ha institucionalizado la verdad, la del Estado y, en lugar de cuestionarlo, se ha implantado la idea (otra supuesta verdad absoluta), nadie debe mentir, fortaleciendo la idea de una única verdad.

Bibliografía:

  • Portal web La República
  • Umberto Eco: Signos, peces y botones. Apuntes sobre semiótica, filosofía y ciencias humanas.
  • Lorenzo Vilches: La lectura de la imagen 

Bienvenida o sutil advertencia

Este es el espacio para la propagación de ideas de estricta tendencia egoísta y solipsista. Por su puesto, una vez aceptada esta condición, los temas que rodean al Único son infinitos (tanto como él – yo – quiera abordar). El objetivo es destrozar ideas que el mundo busca (y ha logrado, en ciertos casos) implantar como verdades absolutas; por tanto, Dios, la humanidad, el amor y sus deformaciones, etc. serán objeto de análisis crítico, pero, si es necesario, despiadado.

Con respecto a los lectores del blog: es necesario que comprendan que, una vez aquí dentro, deberán contar con las competencias necesarias para las lecturas aquí publicadas. Si leen un blog en internet (en lugar de ver pornografía o buscar drogas) se supone que serán lectores empeñados en la búsqueda de un conocimiento global acerca de determinado tema.

Son bienvenidos todos a este espacio. No es una comunidad, ni una logia. Esta, como Johann Kaspar Schmidt dice, es una asociación voluntaria… cuando pierda voluntad por este sitio, lo abandonaré al instante.